
La obra fue encargada por el cardenal Francesco María del Monte para regalarla al gran duque de Toscana, Francesco I de Médicis. Del Monte le presentaba así al joven talento que, a sus ojos, no sólo era capaz de sobrepasar a los antiguos en la representación de aquel realismo mítico al que se referían los escritores de entonces, sino también al genio de Leonardo. De las obras del florentino, Caravaggio había aprendido no poco durante su estancia juvenil en Milán, en particular lo referente a los “afectos” o “movimientos del alma”, que se convertirían en uno de los fundamentos de la pintura del siglo XVII. Algunos de los cuadros que Caravaggio pintó para el cardenal, como La buenaventura y Los tramposos, testimonios de su quehacer y de aquella Roma canalla en la que el papa Clemente VIII tuvo que prohibir la tenencia de armas y los juegos de dados y cartas, o como Los músicos o El tañedor de laúd, que refrendan el clima cultural que fomentaba Del Monte en su palacio, pueden verse en la exposición que, desde el 18 de febrero en las Scuderie del Quirinal en Roma, quiere exponer sólo la producción indiscutible del pintor. José Riello recorre la exposición, ofreciéndonos una visión poco convencional de las obras que se muestran.